
Iván Zahínos, coordinador de relaciones internacionales de medicusmundi mediterrània, escribe desde Sarajevo, Bosnia y Herzegovina. Forma parte de la delegación de Barcelona que debe negociar un nuevo acuerdo de hermandad y cooperación entre las dos ciudades.
“Marijo, majko bozija; Da li vidis sta rade sa tvojom decom”
“María, Madre de Dios; Ves lo que hacen con tus hijos”
Sarajevo, del 4 al 7 de noviembre de 2021
“Paz, paz, paz y sólo paz ¡La paz debe reinar entre el hombre y Dios, y entre todos los pueblos!”. Eso es lo que le dijo la mismísima Virgen María a Marja Pavlović, una de las mujeres que aseguran todavía hoy, concretamente el día 25 de cada mes, estar en contacto con La Santísima. Corría el año 1984 y, tras ese anuncio, Međugorje pasó del anonimato a ser una de las regiones más prósperas de toda Bosnia y Herzegovina. Un “speech” con gancho.
En eso pensaba mientras nuestro avión se preparaba para aterrizar en Sarajevo en medio de una gran tormenta con fuertes turbulencias y un grupo de diez carmelitas brasileñas, equipadas con crucifijos y hábito cerrado, rezaba a mis espaldas suplicando poder llegar a tierra sanas y salvas para acudir al centro de peregrinación. Rumiaba que quizás no hacía falta pedirle nada a la Virgen si el grado de acierto de su predicción iba a tener un resultado parecido. No queda claro si fue falta de poder divino de aquellas palabras (supuestamente) pronunciadas entre las piedras calcarías del mediterráneo balcánico, o bien por el excesivo poder que tomaron los líderes nacionalistas en el inicio de la década de los noventa, pero sea como sea “paz, paz, paz y sólo paz” no fue lo que se vivió en la región. La guerra de la Ex – Yugoslavia se desató pocos años después, a partir de 1990, causando entre 130.000 y 200.000 muertos.

Medjugorje
Planeando en aquel gris profundo, contorneándome en mí asiento y con el murmullo embriagador de los “padres nuestros” en portugués brasileño, pensaba en las otras “nubes” que estábamos atravesando en nuestro descenso a la “ciudad inocente”. Especulaba sobre la información que circula sobre nosotros e imaginaba caminos infinitos de sílabas, autopistas de frases, telarañas de palabras. Todo ese matrix que se nutre de nuestros pequeños “uploads”, “likes”, “Sí, acepto” y de retorno, en espiral, nos transforma, nos seduce, nos domina y haciéndonos sentir nutridos…nos vacía. Son como los chubascos y las borrascas, la meteorología del siglo XXI. Las nubes de (des)información y sus microgotas cargadas de algoritmos que afectan nuestro ánimo, como lo hace un día lluvioso, un cielo azul o los rayos del sol sobre la piel. Una sola imagen o un simple tweet puede cambiar nuestro “mood” en cuestión de segundos.

Quién sabe si quizás, en ese preciso momento, estábamos perforando la red que dibuja los “Balkan Non-Paper”. No hay otra forma mejor que la negación en la propia esencia de su definición, para expresar lo amenazante que supone la mera existencia de estos documentos. Supuestamente atribuidos al primer ministro esloveno, Janez Janša, los “Balkan Non-Paper” proponen, en pleno siglo XXI, redibujar de nuevo las fronteras de los Balcanes, resucitando la idea de una “Gran Serbia”, una “Gran Croacia”, una “Gran Albania”, manteniendo Montenegro, recortando los límites de Macedonia del Norte y reduciendo a una mínima expresión Bosnia que pasaría a llamarse el Estado de los Bosniacos (es decir, musulmanes).
Y si nadie puede probar o negar la existencia de las palabras de la Virgen María en Međugorje, pero tuvieron un efecto real en la economía y bienestar de la villa, nadie puede probar la originalidad o no de los “Balkan Non-Paper” escritos este mismo año, pero de igual forma, su filtración desató un efecto real en la sociedad local[1], especialmente en Bosnia: hartazgo y miedo.

Puente Latino sobre un furioso Miljacka, Sarajevo.
Lluvia incesante en Sarajevo, ríos desbordados y cortes de luz. Un otoño como los de antaño, o incluso quizás más agudo debido a la furia de un planeta enojado. Caminando por sus calles y rodeado de la genuina belleza fruto de los siglos constato las nuevas influencias: carteles de inmobiliarias escritos en árabe ofertando pequeñas villas cercanas a ríos y lagos. El tesoro de Bosnia y Herzegovina, el agua, es el reclamo para atraer a la clase media de oriente. Sedientos habitantes del desierto imaginan que en estas tierras habitan “hermanos y hermanas” de religión, mientras los Bosnios, sumergidos en una postguerra eterna, venden lo único que pueden, su tierra, obteniendo ingresos que se niegan a venir de occidente. Algunas mujeres, que no hablan el idioma local, pasean con burka por la Baščaršija, confundiendo a visitantes y turistas sobre la interpretación del islam en la ciudad. Quien crea que un ciudadano de aquí y otro de Dubái, Qatar o Riad tienen algo en común no ha salido a “rocanrolear” en la noche de Sarajevo.
Y también voces que piden limosna, voces de mujeres y hombres jóvenes que piden unos marcos para pasar la noche. Son refugiados. Quién sabe si huyen del conflicto o de la pobreza de uno de los avisperos del mundo, el oriente medio. Pero qué más da, están a las puertas de la Unión quizás sin saber que también a Bosnia, la Unión, se le resiste.
Cuando el año que viene se cumplan 30 años del inicio de la guerra de Bosnia y Herzegovina y más de 25 de la firma de los acuerdos que trajeron la paz a esta región, nadie, absolutamente nadie, discute que “Dayton[1]” se ha convertido en la trampa perfecta, la ingobernabilidad, la zona de confort de unos líderes con retórica nacionalista que no representan a nadie.
[1] Los Acuerdos de Dayton es el nombre del acuerdo de paz, firmado el 21 de noviembre de 1995, que puso final a la guerra de Bosnia y que firmaron los presidentes serbio (Slobodan Milošević), croata (Franjo Tuđman) y Bosnio (Alija Izetbegogić).

Artesano del cobre en Baščaršija, Sarajevo.
Durante el viaje, entre reuniones, recepciones y visitas, en mis ratos libres leo “Ñamérica” de Caparrós. Ya casi finalizando el libro, el genial periodista argentino describe el régimen en el que vivimos a nivel global desde hace más de dos décadas: la democracia encuestadora. Hoy en día, en la gran mayoría de países, no existe más proyecto que averiguar qué piensa la ciudadanía para adaptar los discursos con el único objetivo de mantener (o acceder) al poder. Ya lo decía Groucho Marx “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. Aquí en Bosnia, Dayton no permite ni siquiera ese modelo. No hace falta escuchar a los electores. Es un sistema diseñado para perpetuar en el poder a los que alientan el nacionalismo y boicotear cualquier intento de dejar atrás estos bloques abonando la desilusión, que como cantaba Rubén Blades, “se come hasta un cura”.
Y lentamente los restos de lo que fue un estado van desmoronándose. Hablo con mis queridos en la ciudad. Jas, resignado, me cuenta que ha pagado más de 300 Euros por un tratamiento de bronquitis para su hijo, un tratamiento que puede convertirse en crónico. En un país con un salario mínimo que no supera los 400 Euros, sufragar la salud se está convirtiendo en otra carga para sus habitantes. Jasmina me pone al día de la cantidad de gente que busca una salida en el extranjero. Se estima que el país cuenta con unos 3,2 millones de almas. Casi un millón vive fuera de Bosnia, los más capaces, las más formadas, los más inquietos. Es la diáspora, el adiós, por ahora definitivo, de los que habitaban aquí.

Vijećnica, antigua Biblioteca, Sarajevo.
Amanece. Sigue la lluvia en Sarajevo, un día más. La mezquita de Ferhat-Pasha ocupa casi la totalidad de la vista desde la ventana de mi habitación en el Hotel Europa. Cinco siglos de historia otomana al lado del hotel más antiguo de la ciudad, levantado por el imperio Austro Húngaro durante su ocupación de los Balcanes. En los tiempos que corren, pienso en lo que Europa podría aprender del islam si se acercara a Bosnia, en lo curativo que sería quitarnos el miedo que nos han metido en el cuerpo. Acercarnos desde un relato nuestro, cercano, para entender que todos estamos hechos de mil y una piezas, que todo es mucho más complejo de lo que parece y a la vez mucho más simple. Bosnia, sus habitantes, su arquitectura, su música (el Sevdah), su forma de entender el tiempo, la gran lección que la Europa de la primera velocidad no quiere pararse a escuchar. De nuevo, la constatación de que la ciudad más europea de Europa sigue fuera de la Unión Europea.
Y durante todo el viaje me ronda una idea: aliados. Qué importante son en la vida, a veces elegidos conscientemente, a veces sin ni siquiera darte cuenta de ello. En un tiempo en el que todo se mide, el impacto, los indicadores, las líneas de base, la eficiencia… pienso en lo simbólico de estar aquí. Una delegación de Barcelona, 6 personas de una ciudad que exactamente está a 1.992 kilómetros y que allá por 1992 decidió unirse a Sarajevo para alcanzar un mismo fin: la paz, la vida, la libertad, la diversidad. Ya casi en el 2022, treinta años después, todavía emociona que un taxista, una profesora, un ministro o una agente de policía hable de Barcelona como la ciudad hermana. Aquí no están de por medio los elementos estratégicos que muchas veces condicionan la cooperación entre ciudades o estados: los acuerdos de pesca, el acceso a materias primas, las cuotas migratorias y un largo y muchas veces vergonzoso etc. Podría llamarse, sin miedo a caer en cursilerías, que aquí tan solo hay amor. Se trata de poner un grano de arena para que las dos ciudades que más quiero vuelvan a vivir su propia historia de amor y pongan a disposición de sus habitantes, todo el potencial que ambas poseen.

No Teeth…? A Mustache…? Smell like shit…? Bosnian Girl! El que fue un graffiti denigrante de un casco azul hacia las jóvenes bosnias durante la guerra, ahora se ha convertido en un poderoso mensaje de reivindicación de la fuerza de la mujer. Barrio Austro Húngaro, Sarajevo.
El día antes de salir echo cuentas. Más de la mitad de mi vida está ligada a Sarajevo. No negaré que, a mis 44 años, me sentí algo viejo. Más viejo y sin duda diferente del Ivan que pisó por primera vez Sarajevo en 1998. Ahora veo el mundo con otros ojos. Recuerdo que decía Pedrag Matvejević en su maravilloso Breviario Mediterráneo, que nuestro mar es un estado de ánimo. No se trata de una situación emocional transitoria, es una forma de estar prolongada, sin principio ni final y que influye en nuestra forma de entender el mundo. Tal es el poder del mediterráneo que nos hace ver, permanentemente, todo lo que nos rodea con otros ojos. Con el permiso de Pedrag, que en paz descanse, me apropio de esta definición casi psíquica para definir, a esta metrópoli, Sarajevo. Quién haya pisado esta ciudad, quién haya paseado por sus calles y conocido a sus gentes ya no podrá ver el mundo de igual forma. Vivirá en otro estado de ánimo.
Iván Zahínos
Coordinador de Relaciones Internacionales
medicusmundi mediterrània