Coordinadora del proyecto
Laboratorio de Medicamentos Esenciales
en los campamentos de refugiados de Tindouf,
en el desierto del Sáhara.
Lleva más de 20 años escribiendo informes de seguimiento del proyecto del Laboratorio de producción de medicamentos esenciales en Tinduf en los que, minuciosamente, recoge los logros, pero también los tropiezos, con que medicusmundi ha ido encontrando a lo largo de 24 años de trabajo en los campamentos de refugiados.
El proyecto nace de la necesidad de producir medicamentos para abastecer las necesidades del hospital de los campamentos y de su población. Actualmente, la tarea que desarrolla medicusmundi en Tinduf es la de mantener las instalaciones y hacer las mejoras pertinentes, dar formación a sus trabajadores y conseguir materias primas para la producción del laboratorio.
Maria Elena del Cacho es la coordinadora del proyecto, del que forma parte desde prácticamente sus inicios. Era 1996 cuando se puso en marcha y un año más tarde ella hizo su primera visita sobre el terreno. Era la primera vez que pisaba un campo de refugiados y las condiciones de vida que descubrió allí le impresionaron mucho. Comenzó así su escrito sobre las vivencias que surgían allí y que no recogía en los informes por ser algo muy personal, y que calcula que debe rondar las 1.000 páginas. No es un escrito uniforme y, además, se trunca en 2011.
¿Por qué dejas de escribir tus vivencias durante los viajes de coordinación?
Durante mis estancias me alojaba en el mismo laboratorio en el que trabajábamos. El sitio no está ubicado en una localidad habitada, sino que queda en las afueras, y debido a las malas comunicaciones, las personas que trabajan diariamente también se quedaban a dormir. Al terminar las jornadas de trabajo llegaban las interminables horas de charla mientras tomábamos té, las cenas comunitarias, las confidencias y, en definitiva, el momento de tejer vínculos personales con los que nos acogían. Pasábamos muchas horas juntos y establecíamos lazos de amistad y mucha complicidad.
Esto se acaba de forma abrupta en 2011, con el secuestro de dos cooperantes españoles y una italiana atribuidos a Al Qaeda. Desde entonces ya no se nos permite dormir en el laboratorio ni convivir con los refugiados. A los cooperantes se nos aloja separados de la población y esto, evidentemente, nos distancia y hace que perdamos este lado más humano, más social.
¿Esto cambió su relación con la gente del laboratorio?
No truncó el vínculo, que ya existía y que además puedes ir manteniendo durante el día a día, pero sí supuso un cambio, al menos para mí. Fue entonces que dejé de escribir.
Esta situación no te acobardó. ¿Qué te sigue ligando a este proyecto después de tantos años?
El compromiso con la gente. El proyecto del Laboratorio de Medicamentos Esenciales no es de hecho una acción de ayuda humanitaria, que es lo que cabe esperar que se lleve a cabo en un campo de refugiados, que se sobreentiende que tiene un carácter temporal. La temporalidad en el Sahara, como todos sabemos, es un concepto sin valor.
medicusmundi trabaja en este territorio con un proyecto de desarrollo, en el que, además, nosotros sólo formamos y proveemos de materia prima y equipamientos, porque es el personal de laboratorio y las autoridades del Ministerio de Sanidad de la RASD los que dirigen y gestionan el centro.
A lo largo de estos años he visto una evolución innegable y quiero seguir formando parte de esto.
¿Qué impacto tiene el hecho de llevar a cabo un proyecto de desarrollo como éste?
Más allá del impacto evidente del proyecto en sí, que es la producción de medicamentos y el abastecimiento de la farmacia central, significa también un pilar de empoderamiento. En los campamentos falta trabajo y hay gente muy preparada. El hecho de poder trabajar en el laboratorio es para muchas personas un hecho alentador. También es importante para ellos el hecho de gestionar y dirigir el centro de producción: nosotros no intervenimos en esto porque no es nuestra tarea, ellos saben qué necesitan y nosotros los abastecemos con la ayuda del exterior.
¿Qué tipo de evolución es la que destacas?
Obviamente, la evolución técnica y de recursos. El laboratorio ha mejorado mucho desde su puesta en marcha y los equipos que forman parte de él también. Este es el objetivo principal de proyectos como el que desarrollamos, claro, pero hay otro tipo de evolución, más ligada a lo social, a la relación de las poblaciones con el laboratorio.
¿Qué quieres decir exactamente?
Nadie es profeta en su tierra (entre risas). Al principio la población refugiada no se fiaba un pelo de lo que producíamos en el laboratorio. Pensaban que todo lo que viniera de fuera, de Europa, era mucho mejor que lo que pudieran producir ellos mismos en su territorio. Se tienen en poca estima en este sentido. Sin embargo, con el paso de los años hemos conseguido que esta visión cambie, que confíen, incluso que se sientan orgullosos de un equipamiento propio como es el laboratorio de producción que abastece su hospital.
¿Con una fórmula magistral?
Bueno, ¡en realidad, sí, literalmente! La percepción cambió con el inicio de la producción de un medicamento que hicimos casi por casualidad. Producir medicamentos en los campos de refugiados saharauis es muy complicado, principalmente por las condiciones climáticas extremas: mucho calor y mucho frío. Intentábamos producir comprimidos de diclofenaco (antiinflamatorio, indicado para el reuma, por ejemplo) pero no había forma humana de conseguir que la cobertura del comprimido se mantuviera sólida. En un laboratorio como este no puedes desaprovechar ni medio gramo de materia prima, así que probamos con la fórmula del mismo medicamento, pero en gel. No sólo obtuvimos un buen producto para el dolor reumático, que aflige mucha gente en los campamentos, sino que también conseguimos, por primera vez, que la población valorara positivamente nuestros productos.
El empoderamiento del que hablábamos antes
Exactamente. La población comenzó a valorar entonces el trabajo de laboratorio, que durante muchos años ha hecho un trabajo de hormiguita con absoluta discreción. A partir de este momento la imagen fue más positiva, y la gente venía hasta el laboratorio a pedirnos crema. Es una anécdota esto de la crema, pero fue clave para dar la vuelta a esta concepción que tenían sobre sus capacidades.
¿Cómo es la vida en un campo de refugiados?
Muy dura: la permanente provisionalidad como forma de vida. En los campos de refugiados hay muchísima gente muy formada, pero no hay trabajo. Ser niño o niña es muy duro. La cultura social también es muy diferente de la nuestra. La familia es una institución muy valorada, la gente mayor tiene mucha presencia en la vida de la comunidad. Las puertas no se cierran, permanentemente entra y sale gente de las casas. Me sorprendió mucho un día que entró un hombre en la sala en la que me encontraba con una familia y animadamente se sentó a tomar el té con nosotros. Cuando se marchó y pregunté discretamente quién era, me dijeron que no lo sabían. A pesar de esta hospitalidad que los caracteriza, la vida en el campamento es muy hostil.
Las personas que trabajan en el laboratorio son de los campamentos.
Sí, por supuesto. No tiene sentido que no sea así. Hay profesionales muy válidos y todos ellos muy bien formados en el extranjero, como decía antes. El personal que trabaja en el laboratorio está gestionado por el Ministerio de Salud de la RASD. Nosotros nos coordinamos con ellos para poder desarrollar el proyecto y con la Farmacia Central para ver qué medicamentos necesita que produzcamos o cuáles no llegan en suficiente cantidad. Nuestro trabajo es también buscar proveedores de materias primas y hacerlas llegar a través de las caravanas humanitarias que se organizan a lo largo del año.
¿Cómo es tu relación con el equipo de laboratorio?
Si alguien tiene la clave del éxito de que el mismo haya funcionado es el equipo del laboratorio, su tenacidad y su compromiso.
A través de ellos es como he podido conocer más de cerca la realidad de los habitantes. En aquellas largas cenas que antes sí compartíamos contaban historias de su infancia que me estremecían y te dabas cuenta de lo difícil que puede ser la vida a sólo tres horas de avión de casa. Es algo que impacta mucho, aunque pasen los años, ser consciente de lo cerca que estamos de un mundo absolutamente antagónico al nuestro.
Echo mucho de menos aquella relación y aquellos momentos. Ahora es diferente, pero mantengo los vínculos, claro que sí. He visto crecer muchas familias a lo largo de los años, es como mi segunda casa.
Alba Arnau
La Pera. Comunicació Cooperativa
Me parece que tiene mucho mérito trabajar en esas condiciones y más durante tantos años.
Ojalá q sirva para algo y con ello se mejoren las condiciones sanitarias de los campos de refugiados.
Enhorabuena a Elena del Cacho y al resto de personas q trabajan en estas condiciones, para poder mejorar algo la situación actual de los campos de refugiados.
Mis mejores deseos para q puedas seguir haciéndolo muchimos años mas ♥️♥️