El pasado mes de mayo, Maria Elena del Cacho nos contaba sus charlas con Mohamed el Shivani (“el viejo”) al caer el sol en Rabuni, en los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf. Ahora, de nuevo en los campamentos en viaje de supervisión del proyecto de ampliación del laboratorio de medicamentos esenciales nos sigue reproduciendo como son estas conversaciones.
Hoy le pregunto sobre los árboles y arbustos plantados en el patio y desde el banco en el que estamos sentados me va señalando y dando nombre a los arbustos y árboles que tenemos delante.
La moringa está justo delante de nosotros y en este momento el agua empapa sus raíces. Yo de ella conozco lo básico, lo que me han contado por aquí. Es un árbol fino, esbelto, sus ramas crecen hacia arriba como si formaran una copa, no tienen espinas y sus flores blancas en ramillete desafían el viento y el calor durante días y días. Se ha empezado a plantar en los campamentos hace relativamente poco, es originaria de la India, pero se adapta bien a esta dura y seca tierra. Se dice que se puede aprovechar todo de la moringa, muy rica en vitaminas y otros muchos componentes, de hecho la llaman el árbol de la vida o elixir de la vida.
Pero prefiero que el Shivani me cuente, a su manera, lo que sabe de ella. Le pregunto si la conocía y me dice sí, pero que en el Sahara Occidental no existía, que le gusta porque crece mirando al cielo, que es muy buena para todo y que se aprovecha todo de ella.
Las hojas las puedes echar en la ensalada porque tienen muchas vitaminas y hacen fuerte. También se puede mezclar con una salsa. Muy buena para el dolor si se machaca y se mezcla con una crema y se pone a modo de cataplasma. Por ejemplo, él se la pone cuando le duele la rodilla o también para el dolor de cabeza, dos o tres veces al día, durante unos tres días. Tiene que ser así, es entonces cuando el dolor “Jalás” (se acabó).
Se la queda mirando y me dice: “está muy bonita, preciosa, a diferencia del talah” y me señala un arbusto que tenemos a nuestra izquierda, que parece como un sauce llorón pequeño, pero engañoso, tiene unas espinas largas, de las que hacen daño con sólo rozarlas. En realidad es una acacia, una de sus muchas especies.
Y con una mueca muy característica de él me comenta ”esa planta no debería estar entre las otras plantadas aquí, porque ¿para qué sirve aquí?”, se pregunta. Yo le contesto que no lo sé y me dice “para nada”, ese talah es lo único que encuentras durante kilómetros a la salida de Rabuni “sólo Talah y nada más” y añade “¿sabes para qué sirve? ¡para pincharte!” Y se ríe.
Le pregunto si los dromedarios se lo comen y me dice que ellos tienen la boca muy fuerte y se comen las espinas, no hay más, ¡qué otra cosa pueden hacer si tienen hambre!
Se levanta y se sienta mientras me cuenta estas cosas y otras, cambia de lugar la manguera por la que el agua va fluyendo poco a poco, deja que empape bien la tierra cuarteada por el sol y, calculando el tiempo, repite la operación hasta que ha regado los 16 huecos del lado derecho del patio. Mañana le toca al lado izquierdo y yo miro su ir y venir.
Por hoy la manguera se recoge ya, cada uno nos vamos a nuestras habitaciones, otro día seguiremos hablando. Pero me ha quedado claro que a el Shivani le gustan las moringas y desconfía de los talah, porque como dice “no sabe cómo, pero las espinas si te das media vuelta, ¡zas! se han clavado en ti”. Y doy fe de que es cierto.
Rabuni, 17 de septiembre de 2014
María Elena del Cacho
Coordinadora del proyecto del laboratorio de producción de medicamentos esenciales de medicusmundi Catalunya en los campamentos saharauís de Tindouf.