El Coordinador de Relaciones Internacionales escribe desde Riberalta, en la Amazonía Boliviana, municipio en el que medicusmundi realiza proyectos de salud pública desde el año 1996.
Don’t want to be a pain
Don’t wanna stay the same”
Passengers – Slug
“El aguará guazú, lobo de crin (Chrysocyon brachyurus) o Boroche es un cánido autóctono de las regiones de espesuras y pastizales del Chaco de la Argentina y Paraguay, la llanura beniana en Bolivia, las pampas del Heath en Perú, así como en la cuenca de los ríos Paraguay y Paraná, en Sudamérica. Es corpulento en comparación con otros cánidos silvestres, una impresión reforzada por la densidad de su pelaje y la distintiva melena de crines alrededor del cuello. Puede alcanzar los 34 kg de peso. La estructura del cuerpo se asemeja a la de un zorro, aunque las patas largas le dan un aire desgarbado muy peculiar.”
El Boroche
Esta descripción zoológica del Boroche dista mucho de la percepción mágica que la población del Amazonas Boliviano tiene de él. Sus huesos, junto con hojas de tabaco y la concha de la peta (tortuga de tierra) sirven para humear a los niños y niñas cuando sufren “malviento”, enfermedad causada por “mirar una cosa espantosa” y cuyos síntomas son el llanto, las convulsiones y la falta de apetito. “Hay enfermedades tradicionales que sólo se pueden curar con medicina tradicional” me dice la Sra. Flabia Mercía en el Centro de Salud de Nazaret, situado en el corazón de la selva, a más de 90 km desde el núcleo urbano más cercano, Riberalta.
La Sra. Flabia viene con un niño en brazos, su nieto Angelo de cuatro meses, y ante las ingenuas preguntas sobre las enfermedades de la zona que planteo a los enfermeros y enfermeras, ella, conocedora de su gente y de la selva, me detalla con paciencia y una sonrisa los diferentes males.
“El susto –continua- va más allá, quiere robar el alma de los niños y niñas. Normalmente aparece tras una caída que hay que identificar muy bien”. El niño o niña no puede dormir, empalidece, llora, síntomas que indican claramente que se le está yendo el “Ajayu”, el alma. El naturista o curandero de la comunidad, le baña en orín y albahaca, le humea y le pone la ropa al revés (costuras para afuera). “Si es susto -me dice Flabia- los síntomas desaparecen casi de inmediato”.
En una época en que la desnutrición infantil está “de moda” en la agenda sanitaria de la ayuda, en la Amazonía tienen un remedio particular. El “mocheo” provoca que el niño transpire, pierda peso, su piel se debilita, se queda sin fuerzas. Lo provocan algunos árboles malignos, el espíritu de un difunto o cruzarse con una serpiente. “Hay que carnear (descuartizar) una vaca – me cuenta la Sra. Flabia – se abre en canal y se introduce el niño dentro durante cinco minutos. Después hay que sacarlo y taparlo y sólo al día siguiente se lava con agua tibia y se baña”.
Si bien algunas de estas enfermedades de los habitantes de la selva eran conocidas, lo cierto es que la medicina biomédica, por norma siempre las ignoró, creando una barrera muchas veces insalvable entre la población y el sistema de salud. Pero en la última década pareciera que estos modelos de salud, el occidental y el tradicional, aparentemente antagónicos, después de décadas de combate hayan llegado a una tregua. Hoy en día, se busca que en cada centro de salud haya un curandero o médico tradicional (eso sí, tiene que estar acreditado) que trabaje mano a mano con el personal de salud del ministerio. “Lo que yo no puedo curar tu puedes, lo que tú no puedes, yo puedo” me explica Carlos Vargas, licenciado en enfermería responsable del Centro de Nazaret, expresando en voz alta el lema común que repiten como mantra tanto técnicos de medicina occidental como chamanes sabios en medicina tradicional. Construir un equilibrio entre las diferentes medicinas ya no es una quimera en Bolivia.
Dalsy y Carlos – Centro de Salud de Nazaret
Pero no siempre funciona esta simbiosis. Existen comunidades indígenas, como los “Esse ejjas” o “Chamas” que no confían en el sistema de salud occidental, viven de espaldas a él, no creen en sus virtudes. Otras, no tan alejadas, primero recurren a la medicina tradicional y solo si no funciona, acuden a la unidad sanitaria. En muchas ocasiones “llegan tarde” para poder salvar vidas, especialmente, la de los niños desnutridos.
Con casi treinta y siete grados de temperatura y toda la humedad del planeta concentrada en aquella pequeña sala de espera, en Nazaret sentí aquella profunda emoción que emana en nosotros, aquellos que creemos que estar sano es el principal motor de nuestras vidas. La profunda emoción del compromiso de trabajadores de salud, que una vez más, en condiciones extremas, están al pie del cañón. La profunda emoción que nace cuando ves el compromiso político (pese a todos los peros que podemos poner y sé que hay muchos) de un estado que por primera vez en toda su historia, reconoce el derecho y las creencias de todas las nacionalidades que habitan su tierra. ¿Cuántas vidas se habrán salvado sólo con ese reconocimiento? ¿Cuántas personas se habrán acercado a la puerta de un hospital ahora que ya no son ciudadanos de segunda? Estamos frente a dirigentes que por primera vez se parecen a su pueblo, políticas y estrategias que abrazan la multiculturalidad que define a este país inventado por la colonia y sus herederos.
Raíz de Mapaje, Amazonía Boliviana
Y quizás más profunda, sentí la emoción que te genera ir contra corriente y salir vencedor. María Angélica, que lleva más de cinco años liderando nuestras acciones en este horno, me explica cómo han logrado que desde cada centro de salud se conozca al detalle las características de cada familia, el número de mujeres embarazadas, cómo recogen su basura, cómo es su casa, qué formación académica tienen, qué sistema de agua, cuántos médicos tradicionales hay, etc…Los trabajadores de salud de Nazaret han convertido la sala de espera en la sala de mandos de la mismísima Entreprise; mapas, croquis, proyecciones, pirámides poblacionales forran las paredes de este pequeño oasis de salud. Se ha abierto la puerta de par en par a la comunidad, a sus creencias y percepciones. Estamos frente al poder de la “goma-eva” y el “plastoformo”, alfileres, silicona y Scotch.
No hay bases de datos, algoritmos, empresas privadas de seguros interesadas en comprar los datos de los pacientes.
Aquí no hay tablets, ni teléfonos inteligentes, quizás porqué el Gobierno de Evo expulsó a la cooperación de EEUU y sus grandes ONGs acusándolas de intrusismo, y el bueno de Bill Gates no encuentra un aliado en el gobierno de Bolivia para vender sus gadgets. No hay bases de datos, algoritmos, empresas privadas de seguros interesadas en comprar los datos de los pacientes. Lo que se mama es motivación, ganas de dar salud a los que no pueden pagarla, respetando lo que creen y con una inversión que el estado puede asumir.
Con estos datos, se adelantan a los problemas, se aseguran que todas las mujeres pasen los controles pre-natales, los diabéticos tomen su medicación, se gestione la basura de forma adecuada, se coordinan con los curanderos, hay acceso al agua, etc… En los últimos dos años, por ejemplo, se han logrado reducir en más de un 10 % las enfermedades diarreicas y las enfermedades respiratorias y casi el 100% de las mujeres dan a la luz en unidades sanitarias.
No es nada nuevo lo que crece en el suelo más fértil del planeta, pero desafortunadamente, sí es algo olvidado. Ya funcionó en centenas de países, pero esta forma de dar salud no es equivalente a negocio. El insano avance de la tecnología como fin y no como medio ha desterrado a esta forma de hacer salud pública, tan cercana, tan nuestra, tan eficaz y eficiente.
Equipo de medicusmundi en Riberalta
Seneide que vive a apenas diez metros del centro de salud, nos preparó un café y pan criollo. A mí me salvó la vida, los kilómetros, cambios de altura y temperatura estaban dejando mi cuerpo molido y mente inservible. Me cuenta que está casada con “El Malario”, el responsable de realizar los test de malaria a toda la comunidad de influencia del centro de salud. Recorre a diario 30km en moto para alcanzar a toda la población. Se formó dieciocho meses, hay gente que se forma en un año, “depende de la inteligencia de cada uno” me dice Seneide, que ella misma hace años también fue “La Malaria” en otra comunidad. ¿De dónde sacan las ganas de ir hasta el rincón más cerrado de la selva? ¿Qué les empuja a levantarse y subirse a la moto con un montón de cubres y portas para realizar el test?
Seneide – Comunidad de Nazaret
Regresamos a Riberalta a aproximadamente las dos de la tarde, bajo un sol y una humedad aplomadores. La selva produce un estado hipnótico similar al que abrazas cuando miras durante minutos el mar, el horizonte, las llanuras nevadas o las dunas del desierto. Sientes que siempre has pertenecido a esta inmensidad de vida, verde, vegetación y ríos infinitos. Igual es algo que llevamos dentro, anterior incluso a nuestro ADN, algo que nos hace regresar a los tiempos en los que ni siquiera existíamos, pero ella sí. No hay miedo ni rechazo, al contrario, sientes que estás en un eterno abrazo, un sueño del que no quieres nunca despertar.
En ese estado alterado, pensé en los míos, en las ganas de que vieran esta vasta y poderosa extensión de vida. Pensé en todos y todas los que no han tenido la suerte de ver este pulmón e imaginé como al estar frente a él, se irían transformando poco a poco, olvidando lo urgente, lo efímero, y fundiéndose con esta armonía.
Pensé en que aquellos que talan, queman o explotan este paraíso, quizás sufrieron de “susto” y se les fue el “Ajayu” para no volver jamás y ahora, nos quieren condenar a todos a un futuro en el que, quizás nuestros hijos e hijas, no sepan lo que quiere decir respirar oxígeno, no entiendan que todo se trata de una sola salud, lo que nos rodea, lo que somos, en lo que creemos, lo que amamos.
Iván Zahínos
Coordinador de Relaciones Internacionales
medicusmundi mediterrània
Que pasa si no le curan el mucheo y q es bueno para eso