Si tu me laisses la Tchétchénie,
Moi je te laisse l’Arménie
Si tu me laisses l’Afghanistan
Moi je te laisse le Pakistan
Si tu ne quittes pas Haïti,
Moi je t’embarque pour Bangui
Si tu m’aides à bombarder l’Irak,
Moi je t’arrange le Kurdistan
Ils ont partagé le monde, plus rien ne m’étonne
Plus rien ne m’étonne –Tiken Jah Fakoly
Nos detuvimos allá dónde prácticamente acaban los macizos montañosos del Gran Valle del Rift. La inmensa falla, que corre desde el valle del Jordán hasta Mozambique, en unos diez millones de años será un océano, llenándose de agua salada, un mar que crecerá y crecerá en medio de dos pedazos de tierra, dejando al cuerno de África sólo, flotando y alejándose de su tierra madre. Esta es la cuna de la humanidad.
Gran Valle del Rift
El silencio era de aquellos que te despiertan del letargo de viajar horas y horas siguiendo la línea recta de una pista rojiza e hipnotizado por la inmensa sabana que se abre a ambos lados de ella. Era eso lo que se oía al detener el motor: el lenguaje de la tierra. El sonajero de las acacias en época seca y sus cientos de vainas moviéndose al son de la brisa del cercano Índico, el casi imperceptible crujir de las ramas despeinadas de los baobabs, el rumor del capín seco que tanto abrigo ha dado y, todavía regala, a los habitantes de este rincón central del planeta.
Baobab
Mirate. Todo esto sucedía en un lugar al que se le dio el nombre de Mirate. Desde el centro administrativo, situado en una pequeña colina, podía ver la inmensa planicie de colores tierra salpicadas por algunas construcciones coloniales. En lo alto del desnivel, un centro de salud que había visitado hacía años. A mi izquierda, un campo de desplazados. Cuenta Zura, la directora del centro de salud, que ya son casi 3.500 los que han llegado desde que iniciaron los conflictos en Cabo Delgado en el 2017. Es de las zonas que menos han recibido. Otros distritos han duplicado su población.
El flujo de desplazados se ha detenido. Ya no queda nadie por huir en la región norte de la provincia. Los insurgentes y la onda expansiva del miedo que infunden, ocuparon casi un tercio de la provincia. Atacaron comunidades, villas, decapitaron y quemaron casas. La población huyó hacia el sur, y la tierra quedó vacía, como “vino al mundo”, como un bebé desnudo recién parido.
Hace poco más de un mes, un contingente militar de Ruanda de aproximadamente 1.000 hombres aterrizó en Cabo Delgado. Robocops perfectamente equipados “liberaron” la zona ocupada por la guerrilla en unas semanas. Una de las mayores reservas de gas de África, situada en el norte de la provincia, en el cauce del rio Rovuma, podrá operar de nuevo en un año. La compañía francesa TOTAL tiene la concesión. Algunos medios internacionales apuntan a que Francia ha subcontratado a las tropas ruandesas para “limpiar” de insurgentes la zona y permitir que el megaproyecto continúe. El ajedrez continuo, la partida sin fin por los recursos. El tablero, de nuevo, África.
Provincia de Cabo Delgado
No ha habido combates relevantes. Los insurgentes a los que algunos medios, simplificando como siempre, han etiquetado de yihadistas, han desaparecido. Muchos analistas apuntan a que se han escondido en la sabana, en los campos de asentamiento, en las villas o incluso en Pemba. El conflicto no ha acabado todavía, vienen meses de letargo, pero el descontento local es profundo, la rabia se ha cocinado durante siglos, los desprovistos han aprendido que no es tan difícil hacer daño para ser conocidos e infundir miedo. Es muy probable que cambien las técnicas de ataque. La paz, como un felino de la sabana, no se dejará ver tan fácil en los próximos años.
La vida no se detiene y en los campos de reasentamiento el dinamismo va cogiendo ritmo. Los desplazados construyen nuevas casas con estructuras de caña, paredes de barro y techos de capín. Algunos reciben lonas de ACNUR[1] o de la OIM[2]. Unos niños juegan a “Ludo”, una especie de parchís africano. Una mujer asa una pata de antílope que han cazado en las cercanías. En algunos centros de reasentamiento ya se construyen estructuras de ladrillo, escuelas, centros de salud. En otros, se ofrece salud desde tiendas de lona y brigadas de trabajadores de salud que van arriba y abajo.
[1] ACNUR: Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
[2] OIM: Organización Internacional para las Migraciones
Estructura de caña de una casa en construcción. Centro de reasentamiento de Marocane.
Nadie regresa todavía a las zonas “liberadas”. Hay mucho miedo y trauma. Nelson Ernesto, enfermero y director de salud de Mocimboa da Praia, intenta organizar a su gente desde Pemba. Vive una doble realidad: es un trabajador de salud y a la vez un desplazado. Me dice que si el gobierno le indica que tiene que regresar lo hará, pero confiesa que tiene miedo. Es de Inhambane, una provincia a casi 2.000 km de aquí que fue bautizada por los colonos como “terra de boa gente”, un remanso de paz. Me habla del regreso a casa refiriéndose a Mocimboa: “nadie tiene un plan” comenta “es posible que algunos miembros de familia empiecen a regresar y dejen a parte de la misma en los campos de reasentamiento, hasta que pase mucho tiempo y la población se vuelva a sentir segura no habrá regreso masivo”. Cuando le escucho pienso en muchas familias divididas, en pequeños que no verán a sus padres durante mucho tiempo, intento imaginar, sin conseguirlo, lo que quiere decir crecer en un campo de asentamiento que no es tu tierra, pendiente de los sacos de comida del PMA[1]. Me voy adentrando en los años que vendrán y veo caos.
¿Cómo reestructurar un sistema de salud, que ya era insuficiente, en una realidad tan volátil e impredecible? ¿Dónde construir los nuevos centros? ¿Cómo movilizar los recursos? ¿Dónde destinar a los trabajadores? Siento que hemos vuelto casi treinta años atrás, cuando la guerra civil en Mozambique acabó y estaba todo por hacer. Veo a diario decenas de organizaciones de ayuda humanitaria corriendo arriba y abajo, atendiendo a población y, a veces rozando, solo a veces, al propio sistema de salud. Siento la opacidad de información. Vivo la descoordinación.
[1] PMA: Programa Mundial de Alimentos
Equipo en Cabo Delgado identificando un nuevo proyecto. De izquierda a derecha, Ivan Zahínos, Xavi Módol, Justo Calvo y Daniel Rodríguez.
Hacía tiempo que, trabajando en África, no sentía con tanta fuerza las contradicciones, las dudas, y también el enfado. He tenido flashbacks que me han llevado a la Angola más salvaje allá por el 2005, cuando poco a poco empezaba a ser consciente de los ingentes recursos que existían en el subsuelo, a ver la opulencia de los que acumulan, tanto los de aquí como los que negocian con ellos desde capitales occidentales, a sentir la rabia por las ridículas migajas que se invierten en la población, al circo en que se convierte muchas veces la cooperación y la ayuda internacional, a llegar a la conclusión de que somos una gota en un océano de desinterés, a preguntarme muchas veces ¿qué coño hago aquí?
Sí, este viaje también me lo he preguntado, cada día. Cuando has puesto un esfuerzo brutal en atraer inversión, construir centros de salud, formar personal, etc. y ves que todo queda en nada, es difícil encontrar el sentido a continuar. Cuando sabes que no somos más que unas hormigas corriendo por tierras africanas, a merced de los señores de la guerra y de negocios que siempre han funcionado igual, de elite a elite, creo que preguntarse ¿qué coño hago aquí? es pura salud mental.
En Mirate, en aquel silencio, miro a Xavi[1]. Él arrancó nuestro trabajo aquí en el año 94, viviendo, trabajando y ejerciendo como médico durante años. Conoce el sistema desde dentro. Lo dejó ranqueando, pero funcionando, a su ritmo, creciendo lentamente, con sus luces y sombras, con un gobierno que nunca le dio la prioridad que necesitaba y con unos donantes que cacareaban cual pollos en un corral, sin orden ni concierto, cada uno con su visión de lo que debería hacerse. Lo dejó para ir a trabajar en zonas en conflicto: Afganistán, Yemen, Siria… le miro y me pregunto si alguna vez se habría imaginado que iba a volver a un Cabo Delgado en guerra.
[1] Xavi Mòdol. Especialista en Sistemas de Salud en Zonas de Conflicto. Extrabajador de medicusmundi, actualmente consultor internacional. Contratado por medicusmundi para realizar una evaluación del impacto del conflicto armado en el sistema de salud y una propuesta de refuerzo.
Xavi Módol
En una pregunta casi retórica, pues he sido yo el que le ha traído aquí, pregunto en voz alta: Xavi, ¿qué coño hacemos aquí de nuevo? Con la calma que ofrecen los años me responde “contribuir a mantener con vida el sistema, si no le dejamos morir, aun podrá dar servicio a algunas de estas personas”. Necesitaba oírlo. Recapitulo. Pienso en la red de centros de salud que hemos contribuido a construir, más de la mitad de la zona sur y centro de esta provincia. Efectivamente, es momento de ir más allá, es momento de profundizar en la información, de mapear, de planificar, de reestructurar, de reforzar, de no dejar caer lo poco que existe. Al mismo tiempo, no queda otra opción que ofrecer servicios inmediatos, centros de salud temporales, medios de vida básicos…es el momento quizás, de continuar, aun siendo consciente de lo poco que cambiará el futuro de este continente, pero sin que eso nos haga parar.
Me imagino el océano que cubrirá esta tierra en diez millones de años. Una vida humana no es nada, ni tan siquiera un segundo, comparada con la vida del universo. No sé si me aterra la idea, o me reconforta. Al fin y al cabo, quizás no seamos capaces de acabar con el planeta, por mucho empeño que pongamos, y quizás, esta irrelevancia temporal es la que me ayuda a sacarle jugo a cada segundo de mi vida, consciente de que es muy corta y de que no tendré otra. Quizás es lo que me mantiene aquí.
Pienso en todos los “fracasos” de mi vida. En lo que no salió como esperaba. Qué bueno fue intentarlo.
Lo volvería a repetir todo. A eso vamos.
Iván Zahínos
Coordinador de Relaciones Internacionales
medicusmundi mediterrània
Tal vez nos encontremos en ese punto de inflexión en el que deberíamos preguntarnos por la moralidad y ética de nuestras intervenciones.
Nota: el SNS ya no asegura la colocación de los rh formados en cursos del MISAU. El pais esta inmerso en una despiadada lucha por recursos naturales, atizada por los propios líderes políticos mozambiqueñod. El propio presidente Nhusy se ha convertido en menos de una década en una de las principales fortunas africanas. La deriva en valores humanos es enorme. La orientación económica de futuro es totalmente extractiva. Me pregunto si no habrá llegado el momento de reflexionar y cuestionarnos si merece la pena seguir apoyando semejante despropósito. Mozambique, a este paso, superará a Angola como modelo de país neocolonial extractivo con sus líderes políticos a la cabeza. Valdría la pena pensarlo un poco más desde esta perspectiva ética. Si no, corremos el riesgo de mancharnos de lo que de todo ello emana: los puñeteros intereses.