Conversamos con Carlos Bajo Erro, periodista y ciberactivista, sobre el uso transformador de las redes sociales y el activismo digital en el continente africano. Autor del libro Redes sociales para el cambio en África, imparte formaciones en la Escola de Activismo em Saúde, escuela para formar activistas por el derecho a la salud en Mozambique.
Los países llamados ricos o desarrollados tendemos a pensar que los demás países están muy atrasados en el ámbito tecnológico, especialmente cuando hablamos de los pertenecientes a África. Pero como tú señalas desde hace años, la democratización de la tecnología también se ha dado en el continente africano, ¿no es así?
Es cierto que hay una brecha digital, pero yo diría que sobre todo hay una diferencia de acceso. Lo que nos encontramos en el sur del Sáhara es una penetración más baja, un déficit de acceso a la tecnología en general y a internet especialmente. A partir de aquí, la actividad en el entorno digital es un escenario de creatividad y de compromiso político que no vemos en los países llamados desarrollados. La actividad en Twitter de los países del sur del Sáhara es mucho más política: es un uso comprometido con la voluntad de fortalecer la democracia, de difundir una conciencia cívica y ciudadana de compromiso y responsabilidad hacia la democracia.
“La actividad en el entorno digital del sur del Sáhara es un escenario de creatividad y de compromiso político”
Hay muchos colectivos que están diciendo que hay que fortalecer nuestras democracias, las tenemos que construir, pero también las tenemos que garantizar y proteger, y se la están jugando mucho para protegerla. Por todo esto, tenemos que cambiar el enfoque: la principal diferencia es la disponibilidad; lo que encontramos después es una actividad envidiable.
Las regiones con menos internet son África central (24%) y África oriental (26%).
¿Hay una diferencia de acceso muy marcada entre las ciudades y el campo?
Empiezo remarcando la diversidad: África no es un bloque uniforme ni mucho menos, en cada país hay escenarios diferentes y más aún en el entorno rural.
Dicho esto, en el África subsahariana hay mucha más diferencia entre el entorno urbano y el rural en términos de acceso, relacionada con la disponibilidad de conexión y compra de materiales, pero esta diferencia disminuye. Tenemos que entender que el entorno digital es un negocio y hay mucha gente interesada en que la mayor parte de la población tenga acceso a internet, por una cuestión de dinero.
La parte buena es que hay muchos colectivos que aprovechan esta voluntad de hacer negocio para convertir la conexión en un instrumento al servicio de la sociedad civil. También es cierto que a medida que se extiende la conexión, este enfoque comprometido se diluye: cuanta más gente entra más fácil es que se imponga un uso más lúdico de las herramientas digitales. Aun así, muchos colectivos que han empezado con el activismo digital en el entorno urbano están obsesionados con mantener la conexión con el mundo rural y van a los pueblos a explicar el potencial transformador de internet, por ejemplo.
¿Qué retos, oportunidades y peligros conlleva esta diferencia?
La presencia del Estado es mucho más evidente en el entorno urbano: la actividad activista es mucho más directa en la ciudad porque allí se tiene más presente lo que representa el Estado. En el entorno rural hay otros poderes: no son tan conscientes que hay que cambiar una ley, porque ese cambio no tiene una incidencia tan directa o visible, las personas que cambian las leyes están muy lejos.
Tenemos que tener en cuenta que el continente se ha saltado la etapa de la telefonía fija. Hay que recordar que cuando se implementó la telefonía móvil (a partir de los años 2000), al principio hubo un aumento brutal de la penetración de esta. La telefonía móvil cambió los equilibrios de poder en el entorno rural: de pronto en el pueblo había alguien que, sin pertenecer a la élite local (con poder, debido a su trayectoria familiar o sus contactos), tenía un teléfono móvil que le permitía conectar a la gente, y eso le otorgaba poder. El acceso a la tecnología obliga a repensar los espacios de poder y con el entorno digital sucede lo mismo.
En la medida que se perfecciona este sistema, las personas que viven en el entorno rural y no tienen conexión continua están al margen de los espacios de poder institucionales. Pero el entorno rural también forma parte del sistema y desde las ciudades se les quiere implicar en esta revolución de la gobernanza.
¿En qué sectores se aplican las TIC, principalmente?
Están presentes en muchos entornos, pero lo que más nos llama la atención es el potencial en la educación: ya hace años que se dice que podría ser la solución a problemas de implementación y acceso. Hay sitios en los que las niñas y niños tienen que andar kilómetros hasta llegar a la escuela, por eso es importante buscar soluciones en el entorno digital.
Lo mismo pasa con la salud. Desde las instituciones ya se estaban desarrollando iniciativas de uso de las TIC, incluso plataformas SMS, para hacer seguimiento de la salud materno infantil o de enfermedades crónicas como la diabetes, por ejemplo.
Las TIC son una herramienta para todos los sectores económicos, pero también son un sector económico en sí mismas; hay países en los que son el primer sector de inversión, por detrás de las industrias extractivas. Parece que son también un motor de desarrollo económico relevante que podría cambiar las lógicas comerciales de otros sectores como la agricultura.
En 2022, el número de usuarios de internet en el mundo consiguió los 4,950 millones de personas, lo cual representa al 62,5% de la población mundial.
¿Qué papel ha jugado la tecnología en la transformación del continente, desde un punto de vista social y político?
En la última década ha habido muchísimas movilizaciones. El Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED) – un observatorio de conflictividad, think tank muy reconocido – ha identificado veintiséis mil episodios de revuelta/protesta en África subsahariana entre los años 2011 y 2021. En la mayor parte de casos son reacciones a una mala gobernanza, ya sea por el empeoramiento de las condiciones de vida o por situaciones de corrupción: tiene relación con un aumento de la conciencia ciudadana.
En estos episodios ha sido fundamental (y cada vez lo es más) el entorno digital. En octubre de 2020, por ejemplo, hubo una revuelta en Nigeria que empezó como denuncia por un caso de brutalidad policial y que acabó convirtiéndose en una contestación del sistema, una revuelta contra el gobierno, en la que las redes sociales tuvieron un papel crucial.
En marzo de 2021, en Senegal, detuvieron al líder de la oposición y esto desencadenó una manifestación que trasciende por el hashtag: la gente lo conoce como las manifestaciones de #FreeSenegal. Además de difundir información, a través de las redes sociales también se organizaron y eso hizo que se diluyeran los liderazgos: no había nadie en concreto convocando las manifestaciones, había acciones espontáneas que se juntaban en las redes. Esto hace que todo sea más precario e incontrolable, claro.
Las redes sociales nos dejan sin excusa. Los medios han deformado y deforman la imagen de África – pese a que los periodistas que trabajan sobre el terreno realizan un trabajo brutal – y hasta ahora esto nos servía de excusa, pero ya no. Si tienes cuenta en Twitter puedes saber lo que está pasando, puedes seguir los procesos en directo, y eso ofrece un contacto mucho más directo con la realidad de los países africanos que si hubiera corresponsales.
Clara Carbó
La Pera – Comunicació Cooperativa